Con sus manos curtidas por el tiempo y la experiencia, Josefina Medina, cestera de Termas de Río Hondo, representa una de las tradiciones más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Con 69 años y más de cinco décadas dedicadas a la cestería, este arte heredado de sus padres se convirtió no solo en una pasión, sino también en el sustento económico de su familia durante toda una vida.
“Mi trabajo es gracias a mi madre y a mi padre, que me enseñaron desde niña. Con el tiempo les enseñé a mis hijos, igual que mis padres hicieron conmigo”, contó Josefina en diálogo con El Interior Santiagueño.
Desde pequeña, aprendió a fabricar un pequeño canasto para la pava o el pan, y con los años fue perfeccionando su técnica, elaborando piezas de mayor tamaño y complejidad. Sus creaciones, hechas con paja brava, cogollo, chala y junquillo, forman parte de la identidad cultural de las Termas, un oficio artesanal que ha pasado de generación en generación.
Sin embargo, Josefina atraviesa hoy uno de sus momentos más difíciles. La falta de turistas y la baja en las ventas obligaron a ella y a su hijo, con quien comparte el taller de artesanías, a detener su trabajo.
“Es la peor temporada que hemos vivido. Venía algo de gente, pero no se vendía nada. No nos resultaba seguir y decidimos levantar el puesto”, lamentó.
A pesar del prestigio del Festival Nacional del Canasto, que cada año busca celebrar el arte termense, Josefina asegura no haber recibido ningún reconocimiento ni apoyo oficial.
“Nunca nos ayudaron. Ni intendente ni nadie. El único que siempre se acuerda de nosotros es José Paz, que nos da una mano cuando puede”, expresó con sinceridad.
Su testimonio deja al descubierto la paradoja de un festival que lleva el nombre de un oficio ancestral, pero donde los verdaderos protagonistas como los cesteros y artesanos locales no siempre son convocados ni valorados.“Este es nuestro trabajo, el que aprendimos de nuestros padres y que seguimos haciendo con orgullo. Es lo que somos”, concluyó.