Desde un patio cualquiera en Santiago del Estero, pero con el alma conectada a los escenarios del mundo, Eduardo Ramírez conversa con calidez y humildad. Es “El Príncipe del Bandoneón”, apodo que lo acompaña desde que, sin saberlo, ganó un certamen entre 40 bandoneonistas en el Chaco. Aquella victoria marcó un antes y un después: “Me anotaron sin que yo supiera… gané, y ahí me bautizaron”, recuerda emocionado.
Ramírez no sólo es un músico. Es un embajador cultural de Frías y de toda la provincia. Con más de 45 años de trayectoria, su historia está marcada por el esfuerzo, los viajes, las raíces familiares y una pasión indiscutible por la música.
“Desde chico supe que esto era parte de mi vida”, cuenta. Hijo de músicos, creció entre guitarras, acordeones y escenarios. Desde Buenos Aires, donde nació, a los parajes santiagueños que lo formaron, su camino fue siempre el mismo: honrar la música popular argentina.
Ha acompañado a grandes artistas como Raly Barrionuevo, León Gieco, Gustavo Patiño y Carlos Carabajal, y de todos ellos aprendió algo invaluable.
Le tocó también pausar su carrera un tiempo, tras ser operado del corazón. Pero ni en esos momentos se alejó del bandoneón. “Nunca dejé de tocar. La música me dio todo: mis hijos, mi casa, amigos, conocer el país, Latinoamérica, parte de Europa…”, comparte con gratitud.
Hoy, a sus más de 60 años, proyecta un nuevo álbum con su grupo La Manea, nombre inspirado en los elementos que usan los gauchos para calmar a sus caballos. “Así es este grupo: música, amistad y libertad, hasta que nosotros decidamos cuándo salir a galopar de nuevo.”
Eduardo Ramírez es un símbolo de identidad y talento. De esos artistas que no necesitan grandes luces para brillar, porque lo suyo nace desde adentro. Desde ese bandoneón que aprendió a hablar con voz propia y que hoy, como él, sigue haciendo historia.