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LA HISTORIA DE WILSON RUIZ, EL ÚNICO LUTHIER BANDONEONISTA SANTIAGUEÑO

Aunque nació en el departamento Figueroa, Wilson Edgardo Ruiz lleva trece años en la ciudad de Pinto, donde ejerce como docente. Pero más allá de su labor en las aulas, es protagonista de una historia única: es el único luthier de bandoneones de Santiago del Estero. Conocido en la región como “el bandoneón santiagueño”, su historia es un testimonio de pasión, curiosidad y perseverancia.

En diálogo con Interior Santiagueño, Wilson ha encontrado en la música un camino paralelo a su vocación educativa. “Ahora estoy en Pinto, pero mañana ya viajo a Figueroa para pasar unos días de vacaciones”, comenta con sencillez. Su voz se llena de nostalgia al hablar de su lugar de origen: un paraje llamado Maderas, a unos 87 kilómetros de la ciudad de La Banda, donde nació y creció.

Su historia como luthier comienza casi por casualidad. En 2015 se recibió de docente y, como muchos recién iniciados en la docencia, comenzó a hacer suplencias en distintos lugares alejados de la provincia. Fue en uno de esos destinos, cerca de Vinará, cuando surgió la inquietud de comprar un instrumento musical para acompañar sus días. “Primero pensé en un acordeón, pero investigando descubrí el bandoneón y su sonido tan atrapante. Me enamoré de inmediato”, recuerda.

Sin embargo, aquel enamoramiento chocó con la realidad; los bandoneones originales, fabricados en Alemania hace casi un siglo, hoy cuestan varios miles de dólares. Con un sueldo docente era imposible acceder a uno nuevo. La oportunidad llegó de la mano de un intercambio curioso; un joven tenía un viejo bandoneón heredado de su abuelo y aceptó cambiarlo por la moto Honda Biz de Wilson. “El instrumento estaba muy deteriorado, pero para mí era un tesoro”, confiesa.

La siguiente misión era restaurarlo, pero pronto descubrió que no había luthiers de bandoneones en el norte argentino. Los pocos que existían trabajaban en Buenos Aires, Mendoza o Rosario y cobraban cifras que, una vez más, escapaban a sus posibilidades. Fue entonces cuando tomó una decisión arriesgada: restaurarlo él mismo.

“Decidí desarmarlo por completo, como una autopsia. Fui estudiando pieza por pieza, midiendo maderas, metales, cartones y entendiendo cómo estaba construido. Así comencé a hacer mis propios planos”, relata con entusiasmo. Entre ensayo y error, y gracias al apoyo de comunidades virtuales y redes sociales, logró devolverle la vida a su primer bandoneón.

Ese fue solo el comienzo. Con el tiempo, amigos y conocidos comenzaron a traerle sus instrumentos para repararlos. Compró herramientas especializadas, muchas de ellas fabricadas por él mismo y en 2020 dio un salto de calidad al contactarse con reconocidos luthiers; Ángel Almeida, de Buenos Aires, y Manu Monteiro, de Brasil, ambos referentes en la fabricación y restauración de bandoneones. “Ellos me ayudaron a perfeccionar técnicas y me animaron a formar mi propio taller”, cuenta.

Hoy, entre las paredes de su pequeño taller santiagueño, las maderas y fuelles vuelven a respirar. Wilson Ruiz no solo repara y construye bandoneones; también mantiene viva la tradición de un instrumento que forma parte del ADN cultural argentino.

“Es un trabajo artesanal y apasionante. Cada bandoneón tiene su historia, su alma. Poder devolverles el sonido es un privilegio”, concluye.

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