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GRACIELA PERALTA: EL ARTE DEL TELAR QUE HEREDÓ DE SUS ABUELAS

Desde Villa Atamisqui, Graciela Peralta mantiene viva una tradición centenaria: el arte del telar. Su historia comienza en Iacuchiri, a pocos kilómetros de la villa, donde pasó su infancia junto a sus abuelos y su madre. Allí, con apenas 12 años, aprendió a tejer observando a las mujeres de su familia, quienes le enseñaron a preparar los hilos, teñirlos con tintes naturales extraídos de cáscaras y raíces del monte, y a crear piezas únicas cargadas de memoria y cultura.

“Mi abuela tejía, mi mamá aprendió de ella y yo seguí la misma cadena”, recuerda con orgullo. De joven emigró a Buenos Aires en busca de trabajo, dejando atrás el oficio que tanto amaba. Sin embargo, hace 25 años decidió regresar a Atamisqui para dedicarse de lleno a su vocación. Hoy, además de sostener su hogar y criar a sus dos hijas, Graciela es referente cultural en la región y organiza cada año la Jornada Cultural Entre Amigos, un espacio donde el tejido y la identidad santiagueña se entrelazan.

Un encuentro que nació en el patio y se convirtió en una fiesta cultural

La idea de las jornadas surgió casi como una necesidad. “Siempre he feriado aquí y allá, pero con el tiempo y mi salud ya no podía producir para ir a las ferias. Con mi hija pensamos: ¿por qué no hacer algo aquí, en nuestro patio? ¿Por qué no invitar a otras mujeres teleras que también tienen trabajos hermosos pero no pueden viajar o participar en ferias?”, relata.

Así nació la Jornada Cultural Entre Amigos, un evento que cada año reúne a tejedoras, músicos, bailarines y artesanos de la zona. “Para mí tiene mucho más valor que la gente pueda conocer quién está detrás de cada tejido, quién es la persona que lo hace”, explica Graciela. Lo que comenzó como un pequeño encuentro familiar se transformó en una verdadera celebración cultural, donde las puertas están abiertas para todos los que deseen compartir su arte: “Si un amigo quiere cantar, tocar el bandoneón o mostrar su trabajo, tiene su lugar. Eso es lo que hace especial este encuentro”, dice con satisfacción.

“Si antes vestíamos las camas con mantas coloridas, ¿por qué no llevar ese color puesto?”

Graciela Peralta teje mucho más que lana; entrelaza historias, recuerdos y colores que nacen de su propia vida. Reconocida por su incansable labor como telera, es hoy la representante de una tradición ancestral que resiste al paso del tiempo y a las modas.

“Siempre me gustó elegir los colores y materiales para mis prendas. Cuando empecé a salir a las ferias y vi el reconocimiento de la gente, me dije: si antes vestíamos nuestras camas con mantas coloridas, ¿por qué no llevar ese color puesto?”, comenta. Así surgieron sus creaciones más emblemáticas: ponchos inspirados en antiguas mantas, cargados de vida y alegría.

Su mayor inspiración ha sido la palabra y el recuerdo de quienes la rodearon. “Venía siempre Elpidio Herrera y me decía: dejá de tejer esos colores tristes, vos colorido tienes que tejer porque eso tiene más vida”, recuerda sonriente.

Un oficio que desafía al tiempo y la inmediatez

El proceso de creación de una manta o colcha puede llevar entre un mes y un mes y medio, dependiendo del tiempo requerido para el hilado y los detalles. Cada pieza es única, no solo por su diseño sino también por la técnica ancestral que utiliza. “Mi telar es antiguo, todavía uso herramientas que me hizo mi papá, plantadas en la tierra. Trabajo con palos, lisos y ollas grandes para los teñidos naturales. Todo es artesanal, no hay maquinaria moderna en mi taller”, detalla.

Graciela produce bajo dos modalidades: una orientada a pedidos específicos como alfombras, caminos de mesa, individuales y morrales; y otra destinada a piezas para ferias y exposiciones. Su arte no solo es valorado en Santiago del Estero, sino también en otras provincias donde llegan sus tejidos por su calidad y autenticidad. “Las alfombras me generan ingresos para sostener mi casa, y el resto de los tejidos los hago para mostrar mi trabajo en eventos culturales”, añade.

El mayor desafío de su carrera fue la creación de cuatro paños de un metro cada uno, unidos en un trabajo de precisión y paciencia. “Ese proyecto me marcó porque fue completamente artesanal, con las mismas técnicas que usaban mis abuelas”, asegura.

En un mundo dominado por la rapidez y lo inmediato, Graciela defiende con firmeza un oficio que exige calma, dedicación y amor por la tradición. “El telar es mi vida. Aquí sigo, con las manos sobre la lana y el corazón puesto en cada hilo”, concluye emocionada.

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